
La senda de la lloma. Traducción del artículo del libro de Fiestas Patronales
Una de las rutas senderistas más emblemáticas en nuestro pueblo es la senda de la Lloma, un camino que serpentea por las alturas y ofrece unas vistas espectaculares de Cullera y su entorno. Cada paso que damos por ella es una oportunidad para sentir la tierra bajo los pies e imaginar como nuestros antepasados recorrían estos mismos caminos buscando refugio, alimentos o simplemente admirando la belleza del paisaje.
Empezando al pie de la montaña, la senda de la Lloma asciende entre vegetación mediterránea, con el perfume del romero y el tomillo acompañando cada paso. A medida que subimos, el panorama se despliega ante nuestros ojos: el río Júcar serpenteando hacia el mar, la inmensidad del mar, los campos de arroz que brillan como un espejo y, al fondo, el perfil majestuoso del Castillo de Cullera. Este es un paisaje que no solo cautiva la vista, sino que también despierta un profundo sentimiento de conexión con la naturaleza y con nuestra tierra.
A lo largo de la ruta encontramos restos de la historia que nos recuerdan el pasado. Desde antiguos muros de piedra hasta viejos caminos que conectaban los pueblos del alrededor, la Lloma es un testigo vivo de la vida que latió en estas tierras durante siglos. Cada rincón guarda historias que esperan ser descubiertas: leyendas de pastores, cuentos de viajeros y la memoria de un pueblo que siempre ha vivido en armonía con su entorno. Imaginar aquellos días es como abrir una ventana al pasado y verlo tal como era: sencillo, auténtico y lleno de significado.
Pero no todo es como antes. En medio de la belleza y la paz que ofrece la Lloma, también encontramos las cicatrices que el tiempo y el urbanismo descontrolado han dejado en el paisaje. La destrucción de partes de la montaña para construir infraestructuras y urbanizaciones, ha roto el equilibrio que durante siglos había caracterizado este entorno. Cada vez que un árbol es cortado o una senda desaparece bajo el cemento, se pierde un fragmento de nuestro patrimonio, una parte de la historia que ya no podremos transmitir a las futuras generaciones.
La Lloma nos recuerda que somos los guardianes de este paisaje, que tenemos la responsabilidad de preservarlo no solo para nosotros, sino también para los que vendrán. No podemos permitir que la ambición y el progreso mal entendido destruyan lo que nos hace únicos como pueblo. Proteger la Lloma es proteger nuestra identidad, nuestra memoria colectiva y nuestro futuro.
Al llegar a la cumbre, la recompensa es inmensa. La vista panorámica nos hace sentir pequeños ante la inmensidad del paisaje, pero también nos llena el corazón con una emoción profunda. Aquí, con el viento acariciando la piel y el sonido de los pájaros rompiendo el silencio, se hace evidente que no andamos solos, sino con todos los que han estado y han sido siempre parte de esta tierra. Cada piedra, cada árbol, cada aliento del viento, nos recuerda que somos parte de un legado que transciende el tiempo.
Cuando la senda nos lleva de retorno en su punto de partida, el viaje no acaba. Lo que hemos vivido en la cumbre, lo que hemos visto y sentido, no se queda en la montaña: nos acompaña. Es como si la Lloma nos hablara en un idioma que no necesita palabras, un idioma hecho de viento, de silencio y de luz. Nos enseña que la naturaleza no solo es un paisaje que admirar, sino un lugar que estimar y cuidar. Al llegar al final del sendero, con la brisa del mar aún resonando en el alma, comprendemos que cada paso que damos en la Lloma es una promesa. Una promesa de ser más conscientes, más agradecidos y más responsables. Una promesa de enseñar a otros el valor de lo que tenemos, de inspirar a los que nos siguen y de luchar por un futuro donde la belleza y la historia de este lugar continúen intactos. Porque la Lloma no es solo una senda, es la memoria y la esencia de un pueblo que, mientras recuerde y cuide sus caminos, nunca perderá el rumbo hacia su futuro.